miércoles, 17 de febrero de 2010

Siete comienzos (Dani G)

Un, dos, tres... ¡YA! La carrera se me hizo muy corta. Cierto es que eso de acumular tanta tensión y gastarla en tan poco tiempo acaba por destrozar a uno y dejarlo KO. Como diría Carmencita, nada se consigue sin esfuerzo, claro que mi esfuerzo es más bien nulo, teniendo en cuenta que podría fulminarla con la mirada y sólo dejar cenizas, entonces desaparecería con tan sólo la fuerza del chasquido de mis dedos, para que nadie supiera quién había sido.
Mis padres me revelaron mis poderes hacía tan solo un mes, cuando desperté una vez más junto al perro de la vecina. Entonces se hizo evidente que no era un niño normal y mis padres tuvieron que confesar: que si "no te lo dijimos para protegerte", que "si queríamos que fueras normal"... Una mierda, lo que pasaba era que el colegio de magos costaba una pasta. Pero en fin, no se lo tengo en cuenta. Pronto descubrí que mis poderes no se materializaban en estrellitas o polvos mágicos, qué va, mis manos segregaban humo, humo azul. Mi padre me lo mostró un día. Un, dos, tres y zas, desapareció dejando una estela de humo azul celeste que impregnó de un embriagador olor a incienso la sala. Perfecto, ahora cada vez que usara mis poderes olería a tienda de ocultismo. Ya entiendo por qué en el colegio me llamaban Ambi puro. Espantaré a todo el instituto y seré un marginado social.
Sinceramente, mis padres no me querían. ¿No podía el mundo mágico haber elegido otro olor o, sencillamente, que no huela? Qué manía tienen los magos porque todo sea oloroso, en el colegio de magos huele hasta la tapa del inodoro. Y también hay un encabezonamiento con los colores. Dios, yo no he visto un instituto más hortera que el mágico, que hoy rosa por los ponis mágicos, que si hoy celeste por las sirenas... ¿No hay ningún ser mágino que tenga el color negro? Y por no mencionar la manía de que todo tenga que hablar. Voy al baño, me habla el lavabo, voy al jardín, me habla el árbol, voy al comedor, y me habla la comida. ¿Acaso hay algo que no hable? Claro, así luego me da pena comerme la comida y me muero de hambre. Que sí, que los poderes y eso es muy bonito, pero en un mes, estoy hasta las narices.
La guinda de la tarta lo puso mi nuevo despertador mágico, cuando por la mañana temprano...
-Un, dos, tres: ¡despierta! -me susurró al oído.

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