martes, 23 de marzo de 2010

La naturaleza en sentido metafórico



“Estar como una rosa”, “cumplir veinte primaveras”, “ser un terremoto”, “vivir sobre un volcán”, “beber los vientos”, “bajar de las nubes”, “estar hecho un mar de dudas”, “hacer una montaña de un grano de arena”, “meterse en un jardín”… y tantas otras expresiones usan la naturaleza como elemento estético o expresivo, olvidando su significado referencial. Hoy nosotros escogeremos una (o dos, o tres, o las que queramos) expresiones de estas y les vamos a devolver su sentido referencial, es decir, que si alguien está como una rosa, que efectivamente se transforme en rosa y que viva como una de esas flores. A ver qué sale.


viernes, 19 de marzo de 2010

Libre

Aquel frío miércoles de noviembre, Sara Collado despertó. Y despertó libre por primera vez en mucho tiempo. Estaba tendida desnuda en el suelo congelado de su salón, con botellas de cerveza vacías y rotas a su alrededor. Los restos de una orgía la rodeaban, riéndose de su tristeza. En vez de mirar ella los objetos tirados por la habitación, hechos añicos tras estamparse contra las paredes, parecía que éstos contemplasen su desgracia, su incapacidad para defenderse. Se incorporó lentamente, entumecida. Llevaba horas, quizás todo un día, inconsciente sobre la madera oscura. Blanco sobre negro, como el libro que narraba su historia. Una suave melodía flotaba a través de la ventana, traída por la voz del hijo de los vecinos, un adolescente que parecía mayor para sus quince años, y que todos los días cantaba para ella acompañado por una guitarra que, posiblemente, fuera su única amiga. Irónicamente, aquel miércoles cantaba “Salir corriendo”, de Amaral.

- ¿Cuántas lágrimas puedes guardar en tu vaso de cristal? -susurraba el chico. Muy acertado.

Aquel miércoles, aquel miércoles en concreto, Sara sabía cuántas lágrimas cabían en el suyo. Su vaso tenía capacidad para las lágrimas derramadas durante casi cinco años. La noche anterior habían rebosado; no había sitio en su vaso para el llanto por una niña muerta. Sara se levantó para ir a la ventana y acercarse más a esa voz amiga, pero se detuvo al notar humedad entre sus piernas. Era sangre. La tocó con la yema de los dedos, recordando por qué estaba allí. Su hija, su niñita, aquella pequeña alegría que pese a todas las tempestades había logrado florecer en su cuerpo, estaba muerta. Asesinada por su propio padre. Esta vez no lloró.

La noche anterior sí, había gritado y gritado, había derramado lágrimas amargas, había dicho todo lo que llevaba dentro. Él sólo le había gritado, se había limitado a repetir que no debería llorar, pues libraba al mundo de otra criatura débil y sucia como ella; que debía agradecerle que fuese un hombre bueno, porque, si realmente quisiera ser un hombre decente, la habría matado hace tiempo, por indigna, por sucia, por puta. Le había demostrado otra vez que era una cualquiera, arrancándole la ropa, haciéndola sentirse humillada y despreciada.

No fue aquello lo que la hizo llorar, pues había llegado a acostumbrarse; fueron los pedazos de sus sueños destrozados clavándose en su corazón los que hicieron que derramase sus últimas lágrimas. Fue la muerte de la que había sido su última esperanza, la última oportunidad de volver a creer en él y en que todavía existía el amor que un día los había unido. Ahora, que sabía que su cuento de hadas era una mentira, que su beso nunca había transformado al ogro y que éste seguía siendo tan malvado como el primer día, podía ser libre. Sara ya no quería esperar, no quería complacerle, no podía aguardar más a que de pronto, en medio de sus palizas, recordase que un miércoles de noviembre, hacía cinco años, le había jurado amor eterno. Su hija había muerto, y con ella la capacidad de Sara de creer en lo imposible.

Se levantó, se cubrió los hombros congelados con una camisa hecha jirones y se refugió en el dormitorio. Todas las paredes de aquella casa le recordaban los secretos que habían tenido que ocultar, los gritos que habían escuchado, las lágrimas que solo ellas habían podido enjugar. Pero a Sara ya no le afectaban esos recuerdos. Ahora era libre, y podía hacer que desapareciesen simplemente deseándolo. Se vistió sin apenas mirar qué se ponía, y luego cogió una gran maleta y empezó a meter sus cosas en ella y, con cada prenda que guardaba, rompía un poco más sus ataduras. Cuando hubo acabado ya no había cadenas en sus muñecas pero, si se sabía mirar, se podían ver dos alas blancas, hechas de pura luz, que nacían de sus hombros y se derramaban suavemente por su espalda. Sara cogió la maleta y se encaminó a la puerta y, cuando la cerró, dejó tras la madera cinco años de pesadilla.

Echó a andar, con sus alas de ángel desplegadas para quien quisiese verlas, sabiéndose libre por fin.

miércoles, 17 de marzo de 2010

La vocal fugada


No se sabe muy bien por qué, una de las cinco vocales se ha fugado. Piensa cuál ha sido y escribe un pequeño texto -en prosa o en verso- en el que se explique la causa de su huida sin que, claro está, aparezca la interfecta en ninguna palabra.

lunes, 15 de marzo de 2010

Historia desde el final

Volvió a cerrar la puerta de la nevera, hacía tiempo que no había nada dentro y de hecho hacía tres días que la luz ni siquiera se encendía: la habían cortado.

Volvió a abrocharse el abrigo que se había puesto al levantarse y salió a la calle, a ver qué veía.

No recordaba cómo había llegado a aquella insostenible situación, pero prefería no quedarse sentado mirando.

Aún le quedaban trajes buenos y los papeles en los que ponía que tenía una carrera, que había tenido una vida. Siempre decía que iba a tener que volver a tenerla si quería sobrevivir, pero se había acomodado en esa inacción absurda.

Retomando una antigua costumbre, se sentó con un periódico –todo el mundo deja el periódico en cualquier parte cuando lo acaba- en un banco del parque. Tal vez esa vez sí buscase un puesto de trabajo que le permitiera pedir un café en una preciosa terraza viendo pasar la tarde de domingo con la boca llena de dulce en lugar de vagar sin rumbo con el alma llena de humo.

Abrió el periódico por cualquier parte y encontró que llovía de más en unos sitios y de menos en otros, que en algún país firmaban leyes corruptas y en algún otro mataban gente por razones vacías. Estuvo a punto de cerrarlo, pero avanzó hasta encontrar una serie de anuncios estúpidos que ignoró adecuadamente hasta encontrar uno absurdo, imposible, enorme, en letras grandes, negras y mayúsculas. Alguien compraba un brazo. Afortunadamente era solo un brazo derecho (sonrió pensando que al común de los mortales les molestaría, pero a veces ser zurdo era una suerte) y su sonrisa se tensó mientras la descripción del suyo propio, un brazo robusto, de mediana edad, con pelo claro y ralo… ¿realmente vendería su brazo? ¿Prefería perder una parte de sí para pagarse una abulia eterna?

Se preguntó sin más si la cantidad era suficiente y concluyó que perfectamente podría pasarse la vida comiendo cruasanes y tomando café en maravillosas cafeterías con terraza el resto de su vida con esa cantidad si se mantenía en su casa.

Y buscó en el fondo de su bolsillo para encontrar algo de dinero suelto.

Encontró también –algo difícil- una cabina y llamó al número. Una voz lenta, con acento, contestó, y en unos minutos acordó una cita para el día siguiente.

Volvió a casa despacio, no había leído las ofertas de trabajo, pero en realidad no le importaban. Esa absurda propuesta pagaría una vida de vacío en la que podría olvidar para siempre que una vez estudió, prometió, mintió, perdió y se escondió no recordaba de quién ni por qué. Y lo suyo le costaba.

Al día siguiente en el lugar acordado encontró a una chiquilla preciosa, apenas universitaria, ¿sería mayor de edad?

Con una deliciosa sonrisa y voz dulce le invitó a entrar en una cafetería y le preguntó su nombre.

Él contestó y pidió que le explicase la oferta. La operación corría a cargo del comprador, a quien no iba a conocer, y la llevaría a cabo un médico titulado.

Él quiso saber cuál era el motivo.

Ella pareció de pronto una niña. Pidió café solo, él con leche, nada para comer.

Él insistió y ella enrojeció.

Porque su padre necesitaba un implante. ¿Dónde estaba su padre?

Porque quería hacer un estudio anatómico. Ni siquiera contestó.

Porque la mafia le había encargado matar a un hombre y enviar su brazo como prueba.

Porque iba a hacer una exposición de arte moderno y quería ilustrar el sufrimiento.

Porque quería demostrar que todo se podía comprar con dinero: al mes siguiente compraría una oreja en Austria.

El hombre agradeció el café y empezó a dar vueltas al azúcar, mirándola fijamente, molesto.

Ella miraba de vuelta. ¿Y usted por qué quiere venderlo?

Porque no me hace falta, soy zurdo; y porque con ese dinero nunca más tendría que vivir. Pero quiero saber qué será de mi brazo.

Después de otro silencio ella decidió contestar.

-¿Realmente piensa cortarse el brazo?

-¿Me aseguran que la operación será segura y correrán con los gastos del postoperatorio?

-Sí.

-¿Nadie estará enterado de quién soy?

-No tiene que identificarse.

-Entonces solo quiero saber qué pasará con mi brazo, ¿alguna de las locuras que has dicho era verdad?

-Su brazo acabará enterrado en algún lugar o lo tirarán a un río.

El hombre rebulló en su asiento mirando a la chica fijamente. Sintió ganas de levantarse. Era absurdo que una niña tratara con él de amputarle el brazo. Se levantó.

-Salvará la vida de un hombre. –se quedó mirándola de pie- Es un encargo. Hay que matar a un hombre y entregar su brazo. Salvará su vida.

-¿Por qué no da el brazo él?

-Porque puede pagarse uno.

Se lo pensó. Se sentó. Calló mirando a los ojos acerados de aquella niña con voz de mujer. Decidió que no le importaba, esperaría a ver el dinero.

-¿Cuándo?

-Ahora. ¿Ha desayunado?

-No. –seguía dándole vueltas al café que no había probado.

-¿Quiere venir? –ella se levantó apurando el café.

Nada parecía real, no podía ser cierto. Y sin embargo… tal vez un brazo no era un precio tan caro. Se encontró en una consulta en la casa de un médico. Olía a limpio.

Una enfermera sonriente con una bata demasiado grande se acercó y le pidió que la siguiera. Lo pesó, le pidió que se sentara, le sacó sangre. Le hizo entrar en una consulta.

Como en una nube, respondió a una serie de preguntas formuladas por un médico serio con un gran bigote rubio. Le pidió que volviera al día siguiente en ayunas a la misma hora. ¿Tan pronto? Y cerró la puerta. La niña se había ido. Decidió no volver. Decidió buscar empleo, decidió empezar de nuevo. Volvió a buscar un periódico pero no pudo evitar una náusea cuando empezó a leer ofertas. Volvió a la cama y se quedó en blanco, con los ojos abiertos, huyendo de recuerdos formales, de angustia añeja. No iba a volver a hacerlo si había otra manera de comer.

Así que al día siguiente a la misma hora estaba allí.

El médico le comentó los resultados, le explicó que todo iría bien, le tranquilizó sin conseguir que él escuchara una palabra.

La chica rubia estaba allí con un maletín. Lo llamó aparte y le enseñó más dinero del que había visto nunca.

Tres semanas más tarde, una mañana, abrió la nevera y sacó una botella de zumo de naranja. Le habían llevado la compra a casa. Se alegraba de ser zurdo.

Para entonces ya hacía veinte días que la niña había aterrizado en Nueva York y había entregado el brazo.

El mismo día de la llegada de ella, dos hombres esperaban impacientes la llegada de un tercero en el muelle del puerto de Nueva York. El hombre esperado llegó al fin y traía consigo una caja un poco mayor que las de zapatos. Los que esperaban abrieron la caja, se miraron mutuamente, asintieron con la cabeza, la volvieron a cerrar y la tiraron al mar. Los tres se despidieron fríamente y se fue cada uno por su lado.


Aquí está la historia de Azahara

martes, 9 de marzo de 2010

Una historia desde el final


Este es el final de una historia. Ahora, cada uno debe llegar hasta aquí inventando su propio camino:

Dos hombres esperan impacientes la llegada de un tercero en el muelle del puerto de Nueva York. El hombre esperado llega al fin y trae consigo una caja un poco mayor que las de zapatos. Los que esperaban abren la caja, se miran mutuamente, asienten con la cabeza, la vuelven a cerrar y la tiran al mar.
Los tres se despiden fríamente y se va cada uno por su lado.

domingo, 7 de marzo de 2010

. . .

Confunde su rumbo porque siempre fue incapaz de confiar en nadie, ni si quiera en su brújula en pleno camino. Se pierde en el tiempo porque ni siquiera sabe que los segundos no se reciclan, no se recuperan, no se negocian. Destroza su horario porque así es como pasa las horas. Muerde el vacio porque el que la observa durante más de medio minuto se le acaba el deseo de desear ser mordido por ella. Lanza sus pestañas a otras estepas porque aquí los campos se riegan con desengaño, porque aquí se siembra la realidad. Roza el hierro y lo congela porque hasta el hierro conoce sus intenciones camicaces.Vuela sola y se enfada si no invita la casa y si juega a algo que no sea el Black Jack siempre gana la banca. Se arroja con los brazos abiertos al océano los días de tormenta pero la fuerza del mar la conduce hacia la costa donde no peina a las olas ni con peines de espuma ni golpean sus pensamientos en la arena fina y blancuzca de alguna playa, de esas que nadie pisa si no es con chanclas. Desgarra la tierra y también a los que se acercan demasiado y luego llora cuando su cama de matrimonio se queda pequeña para ella y todas esas penas que echan raíces desde sus papilas gustativas hasta el corazón. Confía en los nuevos atardeceres, en los gatos negros, en romper espejos en todo en lo que nadie confiaría. Caen rayos y ella se calla. Respira despacio para que nadie note su presencia, pero un corazón tan roto como el que tiene suena demasiado cuando se mueve, como si llevara muchas moneditas de un céntimo en un bolsillo. Abandona los bares pero siempre se quedan en ellos su sonrisa de gato de Cheshire, su perfume olor a adrenalina y dinamita a punto de explotar. Da un paso y otro paso, y otro paso más pero solo avanza lo que le permiten avanzar el peso de todas las malas decisiones pasadas. Se esconde del gentío entre las muchedumbres de ciegos, que solo son ciegos porque no quieren mirar, porque no quieren ver como se desmorona sus castillos de arena. Levanta la vista y aspira los acordes de una guitarra que alguien toca a lo lejos, acordes que hablan de una vida tan triste como las demás vidas, tan llena de momentos dulces y amargos que no se sabe que ingrediente está echado de más, con los mismos miedos que todos tenemos. Se desplaza desde uno de sus ojos una lágrima que recorre su mejilla hasta su barbilla donde cae hasta el suelo y se convierte en piedra. Cae una de sus lágrimas y se detiene el mundo durante una milésima de segundo.

Despierta de sus pesadillas solamente para introducirse en otras nuevas. Bebe el coctel de somníferos y esperanzas que se contradicen entre sí y que no sirven para nada solo para que ella se crea que un día cualquiera funcionarán. Hace fotos al brillo que desde lejos desprenden las ciudades cuando es de noche, como si el brillo de las cosas se percibiera mejor desde lejos. Cuando navega por el aire encalla y naufraga contra una azotea desierta y se pasa días sin saber qué hacer, sin intentar siquiera fabricarse una balsa con los pocos huesos que le quedan. Son las doce en algún lugar pero para ella siempre son las 00:00. Mira su reloj y siempre marca la misma hora tal vez porque tiene que hacer algo, algo que tuvo que hacer hace mucho tiempo y hasta que no lo haga el reloj no avanzará. Como todas las tardes la televisión siempre escupe las mismas noticias de siempre y ella ya por la costumbre escucha las muertes de medio mundo como si comentaran cualquier cosa aburrida y cotidiana. Mira las fotos de cuando era niña y recuerda esos momentos en los que intentaba volar su cometa sin que hubiera viento, cuando los problemas matrimoniales de sus muñecos no los tenía ningún matrimonio de la zona.

Las voces de su cabeza ya no hablan, solo gritan frases ininteligibles, rugen y barritan y retumban en su cráneo. Y no cesan. Y no se callan, sólo giran en círculos alrededor de su cerebro. Traga pastillas de colores que al tocar su lengua se transforman en bólidos de carreras que bajan por su garganta a más de ciento ochenta kilómetros hora dejando su carrocería por su organismo, y así ella piensa que sus metas están más cerca, pero solo es el espejismo causado por la sed en un desierto donde el calor es insoportable y hay un cien por cien de humedad. Los rayos de sol rebotan en su piel tornada en escamas y ella con sus manos intenta agarrarlos y guardarlos en cajitas de cristal, y ahora tiene tantos rayos de sol guardados en cajas que parece que el sol tiene alopecia. Y con las plumas de cuervos escribe en las palmas de sus manos todo lo que le ocurre cada día, todo lo que piensa, toda su vida. Y página tras página en su piel ella se transforma en la protagonista de una historia que tiene la forma de una gota de lluvia que brilla ligeramente más que las demás en medio de millares de gotas que caen a la vez ininterrumpidamente.

viernes, 5 de marzo de 2010

I´m sorry

Lo siento por haberte esperado. Lo siento por haberte querido. Lo siento por haberte olvidado a pesar de todo. Lo siento por defraudarte o por no estar ahí. Lo siento por no haberte abrazado suficiente. Lo siento por no haberme reído con tus chistes y por haberme olvidado de tu cumpleaños aquella vez. Lo siento por no haber sido yo mismo en ese momento, el único que fue nuestro. Lo siento por haber llegado tarde tantas veces. Lo siento por haber llegado tarde aquella única vez. Lo siento por desearte. Lo siento por no ser constante. Por no haber sido paciente, por haber flaqueado y dormido demasiado todas aquellas veces en las que debí luchar. Lo siento por haberme arrepentido, por que el remordimiento me mató. Lo siento por no haberte comprendido. Lo siento por no haberte llamado, por no corresponderte. Lo siento por no decir suficiente te quiero. Por no decirte que eras mí mejor amigo. O a ti que habrías sido mi amante perfecta. Lo siento por enfadarme y perderme los buenos momentos. Lo siento por inventarte y creer que podías existir así. Lo siento por envidiarte y por odiarte. Lo siento por no haber sido más valiente, por mirarte a la cara y decir todo esto que arde aquí dentro. Lo siento por no haber sido sincero o por haberte dicho una verdad a la cara como si te quisiera aniquilar. Lo siento por no haberme dado cuenta de las cosas y lo siento por no haber sido quién tu buscabas, o quien tú habrías querido. Lo siento por quererte aún. Lo siento por acordarme de ti y sentir que te pierdo si te olvido y que tengo que olvidarte para caminar. Lo siento por haber irrumpido en tú vida, bueno, eso no lo siento. No siento ser, como no siento existir. Por el resto de cosas que aún me carcomen, por el resto de hechos, de acciones de recuerdos que de mí te han hecho daño y aún a mí me lo hacen, lo siento. Lo siento por tantas cosas y a la vez, ¿qué sería de mí si no las hubiera hecho?

Sólo él se escuchó, sólo él supo cuántos perdones salieron cual exhalación de su boca silenciosa. Como palabras transparentes llenas de oscuro significado. Y purgado, se notó más liviano, porque no tenía ya, el peso del pasado. Nadie, ninguno de esos amigos, familiares, amantes y amores, supo nunca de esos pequeños detalles. Pues no eran perdones de grandes causas y agravios, eran las disculpas de cargas diminutas, que unas sobre otras, cimentaron una montaña de amargos recuerdos. Y cuando por fin supo de su estupidez, derramando una lágrima por cada uno de ellos, se perdonó a sí mismo por todas aquellas cosas. Y entonces siguió viviendo, listo para cometer otros muchos errores a fuerza de caminar, de respirar, de existir…

miércoles, 3 de marzo de 2010

Intravenoso

Tan sólo intento escapar, escapar de mis huellas sobre la arena y del olor a tequila y vodka grapado en mis labios.

Tan sólo intento esconderme, esconderme de la lluvia de ideas y de las palabras que vuelan sin papeles ni avión ni cinturón de seguridad, directas al cerebelo; del bombardeo de miradas que derriten mi paraguas de ceras de colores y pintura acrílica.

Tan sólo pretendo asomarme al horizonte para mirar el polvo acumulado bajo la alfombra del océano, pero mi caballo de metadona pide más agujas y las olas de hambre me tragan sin masticar en 7 semanas cada segundo y 12 años cada mes; y me quedo en los huesos mirando a través del cúbito y del radio, porque me cansé de mi apartamento de piel y nervios y de mi sangre congelada en frascos en las montañas. Y las líneas del pentagrama no son más que rayas y la cocaína un solo de guitarra convertido en zarabanda hasta quedarse muda.

Y voy dando palos de ciego a los perros lazarillo porque aposté sus ojos para recuperar mis canicas de cristal que me mostraban el pasado y el futuro reflejando las cicatrices de mi rostro.

Tan sólo quiero ser malévolo, llamando a la mala suerte a martillazos contra el espejo del baño y ser valiente, acorralando al gato negro del destino que se cruzó en mi camino. Y mi alma quiso tocar las estrellas e intenté llevarla hasta ellas a punta de ruleta rusa. Pero las balas son de lana y la plata se fue a la luna. Y hago vedijas con mechones arrancados de las sienes y me hago una cuerda para darle al reloj pero el palier se encierra en el mecánico y llego tarde, y el tiempo se esconde en el 29 de Febrero del año pasado.

Mi conocimiento se pierde para siempre y el reconocimiento no se acuerda de nadie.

Tan sólo quiero vivir, o sobrevivir, pero ya sólo la nada tiene sentido y el de la orientación perdió el rumbo cuando los pétalos de la rosa de los vientos se tornaron vendavales y abandonaron mi norte al este del Sol.

Miro al abismo pensando en los que duermen con los peces con las estrellas de almohada, deseando un pésame de ratas y desatar edemas epidurales pero las cuerdas son cadenas y me quedo con el palíndromo y tan sólo se desata la guerra y me consumo como una cerilla apagada, sin cenizas de las que resurgir.

Y me quedo mudo de gritarle a la muerte desde la tribuna, a ver si viene de una vez a buscarme con su nueva cuchilla de afeitar recién afilada y no tengo que empeñar mis riñones para olvidarlo todo de nuevo.