martes, 29 de marzo de 2011

Mi final

— Sí, estás perdido, a no ser que…

— ¿A no ser que qué? Habla, te lo pido, dime lo que estás pensando.

—Verás —le dijo Kalbum Dahabin—. No sé si sabes que la Muerte esconde un secreto que solo conocemos aquellos que en algún momento de nuestra existencia hemos estado cerca de ella. Hace ya bastante tiempo, le vi la cara a la muerte y su mirada profunda y cortante casi me liquida. Si no ocurrió así fue porque, aparentando el máximo de tranquilidad y fingiendo que su presencia no me importaba en absoluto, me puse a cantar con voz suave una nana que mi madre me cantaba cuando, de pequeño, tenía pesadillas. Mi voz, al principio, era casi imperceptible, a pesar de lo cual la muerte se paró en seco al oír el débil hilo de aire que salía de mis pulmones. Entonces yo me crecí y elevé el tono de mi canto (“A la nana, nanita, ea/ mi niño tiene sueño/ bendito sea”). Y la Muerte, clavada en el sitio, empezó a ovillarse sobre sí misma, buscando en su propio cuerpo el consuelo para la enorme pena que la canción le producía. Y una vez encogida, replegada en sí misma, la Muerte empezó a llorar, a llorar con tal amargura, con tal desconsuelo que me tuve que callar y acercarme a ella, todavía hecha un gurruño en el suelo, y pasarle la mano por los hombros.

Bruscamente, y en medio de un silencio que se oía, cesó el llanto y un grito entre de pánico y de dolor abrió las puertas de donde estábamos de par en par.

Entonces, recobró su mirada afilada que clavó en mí y me dijo:

—Apártate de mi camino inmediatamente y no cuentes nunca a nadie lo que acabas de ver. Si lo haces, nada bueno te sucederá jamás.

Nunca lo he contado hasta hoy por miedo, pero nunca lo he podido olvidar. Tampoco he vuelto a cantar la nana ni siquiera a mis hijos cuando eran pequeños, en la soledad de mi casa.

Supongo que, después de lo que te he contado, imaginas fácilmente cuál puede ser el plan.

—Pero… —le dijo el criado— las consecuencias te dañarán sobre todo a ti.

—No te preocupes, yo ya soy mayor, y canta conmigo. Esperaremos juntos que la muerte pase de largo al oírnos.

“A la nana, nanita, ea,

mi niño tiene sueño,

bendito sea.”

Final del cuento

-¡Entonces estoy perdido!- Exclamó el criado. Tras estas palabras el criado se sumergió en el laberinto de callejuelas de Ispahán, con la esperanza de poder despistar a la muerte entre las mil espirales de adobe, telas y especias que se retorcían una y otra vez en cada esquina. Que asfixiaban lentamente a sus habitantes hasta amoratar sus ojos, y que les quebraban los huesos a cada segundo, hasta doblar sus espaldas bajo el peso de la vida. Corrió sin descanso durante toda la noche, hasta que el amanecer prendió en llamas en las sábanas de los durmientes y los arrancó de sus sueños. Hasta que las gotas de sudor se tatuaron a su piel, mezcladas con la tinta de la arena del desierto. Se internó en la procesión de muertos andantes, hasta ser uno más, una insignificante hoja hecha jirones, dejándose llevar por el viento de la multitud sin fin. Pero allí le volvió a encontrar la muerte, allí, en cada rostro marcado con cicatrices, en cada mirada de indiferencia, en cada jarra de aceite y en cada espejo de bordes esmaltados encontraba a la vieja parca. Invitándole avenir, rasgando la tela del aire con sus manos, siempre manchadas con el polvo en el que se convierten los huesos. El corazón se paró un segundo entre sus costillas, para gritar de terror al siguiente, tirando del criado hasta arrancarlo de las zarpas de aquella ciudad dominada por la pesadumbre. Entonces se internó en el desierto negro de Al-Tahrir, donde se decía que hasta el destino había perdido sus caminos, donde hasta la propia muerte sentiría náuseas al intentar encontrar un sentido correcto hacia el que dar el siguiente paso. El criado caminó y caminó, hasta olvidar su nombre y su oficio, hasta olvidar al mismísimo Alá, cuyos ojos se enturbiaban ligeramente al observar este remoto lugar del mundo. Caminó duna arriba y duna abajo, hasta que arrastrarse sobre sus antebrazos llenos de pústulas fue una bendición. Se alimentó de arena y de la luz del Sol, que le quemaba las entrañas, bebió la sangre de los escorpiones y la orina de los camellos muertos. Entonces se topó con un bello oasis, su paraíso terrenal, unas gotas de vida para su cansado espíritu. Lo había conseguido, había cruzado el desierto negro de Al-Tahrir, había comido arena y luz del Sol, pero la muerte no le había atrapado. Se abalanzó sobre las aguas de un cristalino lago y bebió hasta que los labios recuperaron su color y los huesos pudieron de nuevo soportar su peso sin hacerse añicos. Después, los frutos más sabrosos jamás conocidos por el hombre tersaron de nuevo su piel y cicatrizaron su ajado interior. Pero allí seguía ella, de pie al borde de las aguas transparentes, llamándole en silencio, con sus cuencas vacías observándole fijamente, a través de dos oscuros túneles por los que se precipitaba todo el tiempo del mundo, con el inicio del universo parpadeando al fondo como una vieja estrella. Aterrado se puso de nuevo en marcha, cruzando los últimos vestigios de arena hasta tropezar con el océano, por cuyas aguas nadó y nadó, hasta que la sal cuarteó sus manos y sus mejillas, y las olas revolvieron su sangre en las venas, mientras las gaviotas picoteaban su cráneo enrojecido por el medio día. Nadó y nadó sin reposo y sin mirar atrás, hasta que la cascada del horizonte presagiaba ya el final del mundo. Sus pulmones comenzaron a arder, sus músculos lloraron de sufrimiento. Sus pensamientos se desordenaban en medio de todos los miedos de su existencia, sus sueños se desvanecieron y sus pesadillas se disolvieron entre la espesura de sus lágrimas. Así, sin mirar atrás, sin descanso, sin más energía ni lágrimas, se abalanzó a la oscuridad del universo, en una desesperada huida final, en un grito enmudecido por el vacío, cayendo de una vez por todas en el dulce abrazo de la muerte.

sábado, 26 de marzo de 2011

Continuar un cuento

El miércoles pasado, en el Taller, cada uno de nosotros desarrolló y dio un final al cuento de Bernardo Atxaga Dayoub, el criado del rico mercader.
A continuación, copio el comienzo del cuento que tuvimos cada uno delante y en sucesivas entradas al blog aparecerán los diferentes finales de cada uno. Espero que guste la experiencia.

Bernardo Atxaga. Dayoub, el criado del rico mercader

Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra.

Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.

Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.

—Amo —le dijo—, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
—Pero ¿por qué quieres huir?

—Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.

El caballo era fuerte y rápido, y, como esperaba, el criado llegó a Ispahán con las primeras estrellas. Comenzó a llamar de casa en casa, pidiendo amparo.
—Estoy escapando de la Muerte y os pido asilo —decía a los que le escuchaban.
Pero aquella gente se atemorizaba al oír mencionar a la Muerte y le cerraban las puertas.

El criado recorrió durante tres, cuatro, cinco horas las calles de Ispahán, llamando a las puertas y fatigándose en vano. Poco antes del amanecer llegó a la casa de un hombre que se llamaba Kalbum Dahabin.

—La Muerte me ha hecho un gesto de amenaza esta mañana en el mercado de Bagdad, y vengo huyendo de allí. Te lo ruego, dame refugio.

—Si la Muerte te ha amenazado en Bagdad —le dijo Kalbum Dahabin—, no se habrá quedado allí. Te ha seguido a Ispahán, tenlo por seguro. Estará ya dentro de nuestras murallas, porque la noche toca a su fin.

—Entonces, ¡estoy perdido! —exclamó el criado.


(continuará)

miércoles, 23 de marzo de 2011

Vuelta a los orígenes

Que ¿qué quiere decir esto? Pues ni más ni menos que lo que dice. Que mañana llevo en mano la propuesta porque no se puede subir cómodamente. (Y no es poesía, ¿eh?, no os asustéis).

lunes, 14 de marzo de 2011

Dos planos: el real y el simbólico

Cuando un signo no sólo informa de un significado, sino que además evoca valores y sentimientos, representando ideas abstractas de una manera metafórica o alegórica, se conoce como símbolo.

Por ejemplo, la araña ha sido representada visualmente en casi todas las culturas, como la mesopotámica, la egipcia y la maya. Simboliza la creación y la vida, por su capacidad para formar hilos a partir de su propio cuerpo, pero también ha simbolizado la muerte y la guerra por su aptitud cazadora y lo letal de su veneno.

En las religiones se utilizan símbolos que evocan en sus seguidores los valores y creencias propios de cada una de ellas, por ejemplo la luna creciente simboliza al islamismo; la cruz es el símbolo de los cristianos y la estrella de David representa a la religión hebraica.

(De una Enciclopedia, en Internet)

Nuestro trabajo en el Taller consistirá en, utilizando el molde que queramos (relato, poema, ensayo, diálogo), crear un mundo simbólico que nos permita reflejar una realidad sin nombrarla. Debemos ir de un plano a otro para que nuestro escrito no se pierda y se convierta en algo incomprensible.

¿A que pinta bien? Pues, ánimo