martes, 29 de marzo de 2011

Final del cuento

-¡Entonces estoy perdido!- Exclamó el criado. Tras estas palabras el criado se sumergió en el laberinto de callejuelas de Ispahán, con la esperanza de poder despistar a la muerte entre las mil espirales de adobe, telas y especias que se retorcían una y otra vez en cada esquina. Que asfixiaban lentamente a sus habitantes hasta amoratar sus ojos, y que les quebraban los huesos a cada segundo, hasta doblar sus espaldas bajo el peso de la vida. Corrió sin descanso durante toda la noche, hasta que el amanecer prendió en llamas en las sábanas de los durmientes y los arrancó de sus sueños. Hasta que las gotas de sudor se tatuaron a su piel, mezcladas con la tinta de la arena del desierto. Se internó en la procesión de muertos andantes, hasta ser uno más, una insignificante hoja hecha jirones, dejándose llevar por el viento de la multitud sin fin. Pero allí le volvió a encontrar la muerte, allí, en cada rostro marcado con cicatrices, en cada mirada de indiferencia, en cada jarra de aceite y en cada espejo de bordes esmaltados encontraba a la vieja parca. Invitándole avenir, rasgando la tela del aire con sus manos, siempre manchadas con el polvo en el que se convierten los huesos. El corazón se paró un segundo entre sus costillas, para gritar de terror al siguiente, tirando del criado hasta arrancarlo de las zarpas de aquella ciudad dominada por la pesadumbre. Entonces se internó en el desierto negro de Al-Tahrir, donde se decía que hasta el destino había perdido sus caminos, donde hasta la propia muerte sentiría náuseas al intentar encontrar un sentido correcto hacia el que dar el siguiente paso. El criado caminó y caminó, hasta olvidar su nombre y su oficio, hasta olvidar al mismísimo Alá, cuyos ojos se enturbiaban ligeramente al observar este remoto lugar del mundo. Caminó duna arriba y duna abajo, hasta que arrastrarse sobre sus antebrazos llenos de pústulas fue una bendición. Se alimentó de arena y de la luz del Sol, que le quemaba las entrañas, bebió la sangre de los escorpiones y la orina de los camellos muertos. Entonces se topó con un bello oasis, su paraíso terrenal, unas gotas de vida para su cansado espíritu. Lo había conseguido, había cruzado el desierto negro de Al-Tahrir, había comido arena y luz del Sol, pero la muerte no le había atrapado. Se abalanzó sobre las aguas de un cristalino lago y bebió hasta que los labios recuperaron su color y los huesos pudieron de nuevo soportar su peso sin hacerse añicos. Después, los frutos más sabrosos jamás conocidos por el hombre tersaron de nuevo su piel y cicatrizaron su ajado interior. Pero allí seguía ella, de pie al borde de las aguas transparentes, llamándole en silencio, con sus cuencas vacías observándole fijamente, a través de dos oscuros túneles por los que se precipitaba todo el tiempo del mundo, con el inicio del universo parpadeando al fondo como una vieja estrella. Aterrado se puso de nuevo en marcha, cruzando los últimos vestigios de arena hasta tropezar con el océano, por cuyas aguas nadó y nadó, hasta que la sal cuarteó sus manos y sus mejillas, y las olas revolvieron su sangre en las venas, mientras las gaviotas picoteaban su cráneo enrojecido por el medio día. Nadó y nadó sin reposo y sin mirar atrás, hasta que la cascada del horizonte presagiaba ya el final del mundo. Sus pulmones comenzaron a arder, sus músculos lloraron de sufrimiento. Sus pensamientos se desordenaban en medio de todos los miedos de su existencia, sus sueños se desvanecieron y sus pesadillas se disolvieron entre la espesura de sus lágrimas. Así, sin mirar atrás, sin descanso, sin más energía ni lágrimas, se abalanzó a la oscuridad del universo, en una desesperada huida final, en un grito enmudecido por el vacío, cayendo de una vez por todas en el dulce abrazo de la muerte.

5 comentarios:

Daniel Rosselló Rubio dijo...

No se porque se me han ido los párrafos, pero es eso XD

Pura dijo...

No se puede uno escapar de los brazos amorosos de la muerte. Me encanta la ambientación tan "oriental".

Daniel Rosselló Rubio dijo...

shukran :)

Pura dijo...

De nada

Sara dijo...

Me encanta la parte del desierto!
Sobre todo lo de:Se alimentó de arena y de la luz del Sol...

Las descripciones son fantásticas!

Pobre infeliz...tanto ir de aquí para allá, de sufrimiento en sufrimiento, de dolor en dolor... ¡para nada!¡Qué cruel eres! xD