viernes, 30 de septiembre de 2011

Cayendo

Notó la diferencia en el preciso instante en que la soltaron al vacío más absoluto. Su cuerpo cayó como un peso ingrávido que se revuelve en la marea del espacio. Sus ojos observaron, mientras flotaba como los restos de una nube entre los planetas, lo hermosa que era la Tierra, aquella enorme esfera de vida sobre aquel fondo de inmensa oscuridad espacial. Y se dejó llevar, quiso estirar sus brazos buscando acariciar lo inalcanzable y le pareció que poco a poco descendía, rasgando los agujeros negros y trazando estelas con polvo de estrella entre los anillos de Saturno. Pensó que se desintegraría como un cometa al cruzar la atmósfera de aquel paraíso tricolor, pero si había conseguido sobrevivir a semejante coctel estratosférico, entonces todo era posible, todo. Sintió cosquillas traspasando sus nervios y notó cómo iba dejando una marca de fuego en el océano del cielo. Sus ojos se abrieron intentando dibujar la visión con que le obsequiaban sus pupilas y de pronto quiso arder como un meteoro mientras rompía las barreras de la gravedad y aterrizaba sobre el mundo. Al chocar contra el suelo sintió que existía, notó el dolor, y el escozor y la sangre en la boca. Y cerró los ojos con fuerza, ataviada con el miedo, de pronto, a lo desconocido.

Mantuvo los párpados fuertemente agazapados durante casi un minuto y después los abrió. Y allí estaba,  el cielo lleno de estrellas consumidas, que caían  para volver a nacer en los ojos de quien busca la belleza de las cosas. Respiró el aire que inundó sus pulmones, y se sintió viva.

Y volvió a ascender, para volver a caer.

martes, 13 de septiembre de 2011

La carta del Viejo Albatros

Querido hermano:

Te escribo esta carta hermano, cuando el barro y la sangre me han cubierto por completo, como una manta de dolor demasiado sudada. Te escribo con todo lo que me queda, con la vida que se me disuelve entre los charcos de Luna que me rodean.
Te escribo por el camino y las olas, la corriente y el viento, el curso del río y los pasos en el sendero. Por el profundo océano y las cumbres nevadas, por el final del paisaje, en la eterna llanura de la estepa. Te escribo por todos los lugares en los que te has encontrado a ti mismo, en los que aún, en parte, permaneces, recuperándote de las heridas, acariciándote las viejas cicatrices. Atrás quedaron ya los elefantes y los rinocerontes, los deseos de ver tigres y los recuerdos sobre noches boquiabiertas llenas de estrellas.

Delante sólo el misterio. El hambre y el cansancio, asegurados. Las aventuras y la sabiduría, inciertos. Crees seguir algún renglón ya escrito por dios, dibujado en el libro de Destino. Pero como aquel hobbit de nuestros cuentos de niños pones el pie en el camino, y si no cuidas tus pasos nunca sabes a donde te pueden llevar. La única verdad es que cada huella marcada sobre la arena de las dunas hace surgir una nueva narración, cada sombra proyectada sobre el asfalto produce el germinar de un nuevo cuento.

Pues es el caminar lo que inicia el viaje. Cerrar la puerta y enterrar las llaves en el jardín de atrás de tus bolsillos. Cargar la fortuna y los tesoros a la espalda, y colgar tu alma en cualquier nube de pájaros emigrantes.
Tan sólo olvídate de lo estable, de tu pasado, de la seguridad de lo conocido. Acepta lo perecedero y lo efímero, el movimiento y el dolor, las lágrimas y los instantes sonrientes. Acepta los designios de los astros al moverse.

Por todo ello te escribo, hermano, y para que recuerdes siempre saborear cada corazón que te entreguen, cada par de labios vertido en tu garganta, cada mirada que te enjaule. Aunque no existen barrotes para la libertad. Porque cuando tu travesía continúe sólo te quedaran los tatuajes del pasado, la mochila del presente y los sueños del futuro. Y tal vez, sólo tal vez, te queden las promesas de la espera , los juramentos del reencuentro y la seguridad del hogar al que volver.

De hermano a hermano, de viajero a viajero, se despide el Viejo Albatros.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Biografía de una sombra.

Le cuesta abrir y cerrar los ojos, le duele al toser, al respirar, al latir. Ya está cansado de devorar chispas, de acarrear problemas que no desaparecen a la vuelta de la esquina ni se pueden coger con pinzas. Cansado del abrumador número de adoquines, de los kilómetros de espesura en el que los corazones se refugian y se esconden, de contar estrellas mientras ellas no paran quietas, nacen y mueren, se estrellan contra la atmosfera. Cansado de mirar alrededor, de toparse con malas sorpresas, con sospechas y escarcha. En el paladar las dudas saben agrias y agrietan, las neuronas se quejan y suben y bajan como las mareas. Los pensamientos son de plomo, pesan. Pesan tanto que se atraganta, que camina mirando al suelo siempre por la misma acera gris. Los coches solo son el ruido que producen, las personas la sombra que proyectan y los árboles las hojas que han dejado caer. Si llueve es lo mismo que si hace sol, y si nevara no cambiaría nada. Mira por la ventana, las palomas parece que echan a volar hacia el sol y el tráfico está parado. Más tarde las farolas se vuelven naranjas y los árboles oscuros, la vida pasa deprisa perdiéndose por callejones, la muerte se ríe y no para de girar. Y él no sabe hacia dónde andar, no hay forma de guiarse, los rostros le invitan a perderse, las sonrisas se retuercen y forman señales que no indican más que ruina, y las miradas tienen tantos sentidos y a la vez tan pocos que todos los confunde. ¿A dónde dirigirse si las veletas son mentira y el viento no las controla? ¿Por quién perder la cabeza si hasta la alfombra es un laberinto?

Las preguntas son aves fénix, las mata con cualquier respuesta fácil pero no surte efecto, renacen de sus cenizas y vuelven a la carga, echándole en cara que no todo es tan difícil. A veces algo se destapa y brotan y brotan fantasmas, revolotean y se van pero aún así le molestan. Fantasmas con cara de pasado y de mujer, con rugidos de agonía, con perfume de errores y fracasos. El polvo se amontona en la estantería y los libros permanecen mudos. A veces empuña algún bolígrafo pero no hay fuerza en sus palabras, simplemente se derrama la tinta como se derrama el agua de las regaderas sobre tierra estéril, como se derraman las lágrimas sin ganas de llorar. Y el ruido del despertador es otra historia, sobre todo si no te quieres despertar a la hora señalada, sobre todo si prefieres despertarte en algún otro momento, dejando al tiempo pasar, al sol alzarse. Si las sábanas son arenas movedizas, los sueños y las pesadillas se mezclan y forman una masa pastosa, y la realidad y la ficción bailan sin parar en un eterno baile de máscaras.

El agua de la ducha es gélida y el café solo, dentro de la taza, gira como un remolino. Las letras impresas en el periódico parecen moverse solas, cuentan tragedias y anuncian cosas. Suenan a lo de siempre. A profecías y malos augurios, a tos y a hambre. El nudo de la corbata recuerda a una soga, el claxon a risas de burla, nunca hay aplausos ni museos donde se guardan mejores días. Y parece que nada acaba por completo, que todo se estanca, las carreteras forman espirales y los autobuses siempre hacen el mismo recorrido, cada doce horas el reloj marca la misma hora, se termina la semana y vuelve a empezar, igual que los años, igual que el dolor de cabeza. Solo acaban sus historias, en una interrogación o en un punto. Y aún así el verano da paso al otoño. Y el invierno es más frío y la primavera más corta. La comida sabe a papel, la sal no da sabor y las cuentas no salen, el ascensor tarda días en bajar. El paraguas no sirve para nada, y los peatones miran a un infinito que a veces se tambalea. Luego acude la niebla y acuna las calles, las mece en misterio, las llena de somnolencia. Entonces repiquetea el insomnio en su cabeza, repasa mil planes que nunca saldrán bien, reúne sus fuerzas y se muere de la risa, piensa en el futuro y no sabe dónde está. Y no sabe dónde está. Y no sabe dónde está.