martes, 27 de marzo de 2012

Normal Paradise (tres primeros capítulos)

(Iris Malga)

No nos está permitido entrar en la sala de maquinaria porque dicen que es muy peligrosa y que puedes “electrocutarte”. Naturalmente, yo eso no me lo trago… Por eso estoy hoy aquí, a tan solo tres pasos de tocar esa puerta.
Tan grande, tan oxidada, tan misteriosa… Qué ganas tengo de abrirla.
- ¡Iris! ¡Iris Malga, ven aquí ahora mismo!
Me doy la vuelta a regañadientes para ver a mi director, que me lanza una mirada llena de odio y cansancio.
- Haga el favor de alejarse de ahí. Vete derechita a clase, luego ya hablaremos más tranquilamente de todo esto…
Asiento cabizbaja y comienzo a caminar, intentando no prestar atención a la bronca que me va echando por el camino. Cuando llego a mi aula, abro la puerta y me despido con un gesto de manos, deseando perderle de vista lo antes posible.
- ¡Oh Iris, justo a tiempo! ¡Pasa, pasa!
Mi tutora me sonríe y me señala un hueco que hay al lado de su mesa.
- A partir de ahora te sentarás aquí ¿entendido?
La clase empieza a reírse. Con un leve suspiro me acerco a mi nuevo pupitre… o lo que se supone que es un pupitre. Está tan pegado a la mesa del profesor que casi no se nota que hay dos y no una.
- Y bueno, como decía antes… Mañana seguramente anunciarán ya los ganadores del concurso de relato juvenil. Habrá un ganador por clase, así que quiero que os portéis bien y no hagáis el ridículo cuando estéis delante de las cámaras porque…
Abro mi cuaderno y me pongo a garabatear en él, poco dispuesta a seguir escuchando la “charla” de tutoría que dice la profesora. Si mañana anuncian a los ganadores, poco importa. Seguramente de nuestra clase tendrán que elegir a uno al azar, porque todos escribimos fatal. A mí me gusta más dibujar. Siempre que encuentro un poquito de tranquilidad en mi casa aprovecho para continuar pintando mi colección de cuadros personales, a los que luego enmarco y regalo a mi familia. Solo a mi familia.
- ¿Iris?
Levanto la cabeza al oír mi nombre y miro a mi tutora, que no para de sonreírme con esa sonrisa suya tan bobalicona.
- ¿Sí?
- Pero bueno ¿otra vez en babia? – niega con la cabeza – Le decía al resto de tus compañeros que si tú te ofreces voluntaria para ser la nueva delegada de la clase.
¿Cómo es que han cambiado de tema de conversación tan rápidamente? Eso solo puede significar una cosa… que Marta, la cotorra de la clase, ya ha vuelto a soltar temas por doquier.
- ¿Yo?
Eso sí que me sorprende. Soy muy callada cuando me lo propongo. También puedo decir que trabajo duro cuando hay que trabajar, pero de ahí a ser responsable… Ese es un tema tabú para mi personalidad, digámoslo así.
- Sí. Visto lo visto, eres la única chica de la clase que aún no ha hecho ese papel. Ya se está acabando el curso ¿por qué no te encargas tú de lo que queda del tercer trimestre?
- Pero…
Mi clase era la que menos alumnos tenía de todo el colegio. Solo éramos 14 personas, 4 chicas y 10 chicos. No era de extrañar que todas ellas ya hubiesen sido delegadas en este curso, pero ¿no podía una repetir el cargo?
- Venga Iris, todos sabemos lo mucho que te gusta poseer un cargo de tanta importancia como este. Anda, acepta.
Que no, ni de coña. ¡Pero si yo odio esa responsabilidad! Tienes que ocuparte del material de la clase, escuchar absurdas y aburridas charlas con los otros delegados de las otras clases, asistir a estúpidas reuniones para poner más normas sin sentido, vigilar que nadie rompa ninguna regla y en el caso de que vayamos de excursión, observar a todos para que no se pierda ninguno… Emm, no gracias.
- No – digo mientras le sostengo la mirada a la tutora, muy convencida.
- Te subiría un pelín más la media total de tus notas si viese lo mucho que trabajas por tu clase… – me susurra solo a mí.
Bueno, visto así… No me vendría mal una ayudita con mis notas. No está bien aceptar sobornos y tal, pero… ¿qué otra elección tengo? Además, conociendo a María (la tutora) seguro que me pone de delegada quiera o no quiera. Así que mejor aceptar esa oferta a quedarme sin nada ¿no?
- Está bien – digo lo más bajo que puedo.
- Así me gusta – y vuelve a sonreír como una niña pequeña en un parque de atracciones – En el segundo recreo quiero que vengas a la sala de profesores, hay reunión allí.
Vaya, mi primer día y ya empiezo con reuniones. ¡Oh, espera! Que también está la regañina del director al final de la clase.
Todos tenemos días buenos y días malos. Lo que pasa conmigo es que mis días siempre acaban siendo malos. Bajo la cabeza y vuelvo a concentrarme en mi dibujo, ignorando el resto de la charla que va soltando María.

(Eva Palomino)

- Idiotas…
Cojo la rana que está metida en la caja y la arrimo al rostro de Clara.
- ¡Ay! ¡Quítame ese bicho de encima! – grita ella – ¡Qué asquerosidad!
- No es un bicho, para empezar, y a mí me parece una monada – dice Javier.
- Si claro, y me dirás también que las cucarachas son como preciosos cisnes blancos nadando tranquilamente por el lago… ¡Tú estás loco! – le regaña ella.
Dejo la rana encima de la cabeza de Clara y me separo para ver mejor la escena. La chica de cabellos negros comienza a gritar como una posesa, corriendo por toda la clase. Javier y yo empezamos a reírnos, tanto que estamos casi llorando.
- ¡Ya está bien! ¿Qué es todo este jaleo? – el profesor de laboratorio se acerca a nosotros, irritado por no poder dejarlo leer.
- Nada – sonrío.
- ¡Esa niña, que está loca! ¡Eso es lo que pasa! – Clara se acerca y me lanza una mirada asesina.
- ¿Otra vez lo mismo, Palomino? ¿Es que nunca vas a parar? Cada vez que traigo un animal a clase para que lo estudiéis tú tienes que montar un numerito… ¡Qué no estamos en el circo! – el profesor se lleva la mano a la cabeza y suspira algo agotado.
- Perdón… no volverá a ocurrir – se disculpa Javier.
- Eso fue exactamente lo que me dijisteis en la clase anterior, cuando estábamos con las lombrices – gruñó.
- Y qué recuerdos – vuelvo a sonreír mirando a Clara. Ella también recuerda ese día… huy que si lo recuerda.
- ¡Estoy hasta las narices de vosotros tres! – grita de repente el profesor.
- ¿Qué? ¿Cómo que de los tres? ¡Oiga que yo no tengo nada que ver con ellos! – se queja Clara, pero Pepe la ignora.
- Cuando acabe la clase quiero que os vayáis a la sala de profesores de inmediato. Estaréis castigados sin recreo. ¡Y dar gracias a Dios que solo es eso!
Y se va.
Javier y yo volvemos a estallar a carcajadas. Sin embargo, Clara no se ríe en absoluto.
- Sois unos gilipollas, no sé ni siquiera por qué os hablo – se sienta en el taburete y comienza a rellenar la fotocopia con los datos curiosos de la rana que teníamos que poner como tarea para hoy.
- Lo siento, Clara, pero me temo que vas a estar con nosotros durante una buena temporada… Somos un grupo ¿recuerdas? – Javier se cruza de brazos y también se sienta.
- Solo porque yo vaya detrás vuestra en la lista de clase no significa que…
- Clara – la corto – hasta que no finalicemos la ESO no nos cambiarán de clase. Somos impares, así que quieras o no siempre estaremos nosotros tres juntos.
- ¡Pero si le digo a la tutora que nos separe porque juntos nos portamos mal tal vez…!
- ¿Decirle a Juana que nos separe? ¡Oh, vamos! – me río – Ella siempre pasa de nosotros, que te crees tú que ahora nos va a hacer caso.
- Arg – Clara deja el papel a un lado y apoya la cabeza en la mesa, ocultando su cara entre los brazos – Condenada a estar unida a estos fracasados… ¡vaya mierda!
Javier se levanta para recoger la rana y la mete en la caja.
- Vamos, tenemos que terminar la tarea a no ser que queráis un negativo más.

(Iris Malga)

Cuando entro en la sala de profesores me llevo una gran sorpresa. Eva, Javier y Clara están sentados en uno de los sofás negros de la habitación. Eva al verme se levanta y me abraza.
- ¡Iriana! ¿Qué haces aquí?
- ¿Qué haces TÚ aquí? Y no me llames así.
- Perdón, Iris, mi reina – hace una torpe reverencia y me sonríe – Nos han castigado por armar jaleo en Laboratorio.
- ¡Les! – grita Clara - ¡Les han castigado! ¡Yo no tengo nada que ver con ellos!
- Tú te quedas aquí con nosotros y asumes tu parte, maja – la regaña Eva – Gritar en clase no está permitido ¿vale?
Clara la saca la lengua y refunfuña para sí.
- Eh, volviendo al tema de qué hacemos todos aquí… ¿y tú, Iris? ¿Es que te has pasado al lado de los “malotes” del insti?
- No, por supuesto que no, – niego con la cabeza – eso te lo dejo a ti.
- ¿Y entonces?
- Es que tengo que ser la delegada de la clase y ahora tengo reunión con…
- ¿¡Qué!? ¿¡He oído bien!? ¿¡Tú delegada!? – empieza a reírse.
- Vaya, gracias por los ánimos.
Me siento en el sofá, quitándole el sitio a Eva. A ella parece importarle un pimiento, porque sigue de pie, riendo como si no existiera el mañana.
- Para ya, no tiene gracia – me quejo.
- ¡Oh! ¡Sí que la tiene! – se limpia una lágrima que cae por su mejilla – ¡No te pega para nada el cargo! ¡Ni siquiera eres responsable! – vuelve a reírse.
- Inmaduros – susurra Clara.

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